¿Tenemos ciudades felices en América Latina y el Caribe?

Hace unos días me encargaron una difícil tarea: escribir un blog sobre el Día Mundial de la Felicidad. Creo que el término de “Ciudad Feliz” (o Happy City de acuerdo al libro de Charles Montgomery), es un buen punto de partida para hablar sobre el tema. Sin embargo, debo aclarar que este enfoque me parece poco concreto y muy subjetivo para entender la idea de la “felicidad” en América Latina y el Caribe.

Así que tomé mi libreta y bolígrafo y salí a preguntarle a un grupo de personas ¿cómo es una ciudad feliz? Las respuestas fueron variopintas: “debe tener buenas ciclovías”, dijeron unos enseguida; otros dijeron en coro: “si no tienen aceras lo suficientemente anchas para caminar y trotar, no pueden ser ciudades felices”; algunos mencionaron la seguridad  como tema primordial. Los más sofisticados mencionaron que debían tener un número elevado de lugares para la cultura y el esparcimiento.

 

Pero nadie mencionó que debe ser una ciudad que ofrezca oportunidades de empleo bien remuneradas, o que fomente el acceso a los discapacitados, que cuente con buenos servicios de agua y saneamiento o que promueva la equidad social y que ofrezca oportunidades reales para que los ciudadanos más desfavorecidos puedan salir de la trampa de la pobreza.

 

Debo confesar que no tengo experiencia como encuestador profesional: seguramente la muestra que utilicé no es muy representativa y no creo que los resultados que obtuve puedan ser utilizados en un estudio de UNHabitat. Pero, he de decirles que la mayor parte de la bibliografía que encontré sobre el tema de Happy Cities, se centra en los mismos temas que me respondieron mis encuestados: existencia de infraestructura para transporte no motorizado, buen servicio público de transporte, parques extensos, etc. Una y otra vez me encontré con las frases que indicaban que las ciudades de escala humana y las ciudades para las personas son las más felices.

 

Pero vale preguntarse: ¿ciudades para qué tipo de gente? ¿los trabajadores? ¿los turistas? ¿los dueños de empresas? ¿los ciclistas? ¿los jóvenes? ¿los viejos? ¿los pobres? ¿la gente con capacidades diferentes? ¿los ricos? Porque si queremos hacer ciudades felices que realmente sean para las personas, temo que los encargados de este tema en las alcaldías van a acabar sufriendo de graves trastornos físicos y mentales ante la presión de dar gusto a todos.

 

Más aún, la felicidad depende mucho del contexto: la gente en Zurich quizá sea muy feliz y la gente en Rio de Janeiro también, pero te aseguro que si enviamos a los cariocas a vivir a Suiza y los hacemos adoptar las medidas, costumbres y modas locales, dudo que serían muy felices. Igualmente si enviamos a los zuriqueses a vivir en Río, me imagino que el Cristo del Corcovado e Ipanema difícilmente les brinden en el largo plazo la alegría que les dan los Alpes, el Lago Zurich o el exacerbado orden y puntualidad helvéticas.

 

Entonces, ¿cómo podemos volver a nuestras ciudades más felices? Supongo que no podemos hablar de una receta mágica, una acción redentora que sea aplicable por igual en San Pedro Sula, Córdoba, San Luis Potosí o Cúcuta. Pero sí podemos hablar de una serie de acciones que permiten encaminar a las ciudades a ser más atractivas para la gente. Pero adoptar estas acciones no es una labor fácil.

 

Creo entonces que nuestras ciudades deben primero cubrir las necesidades básicas: acceso a vivienda digna, oportunidades laborales, servicios públicos eficientes, igualdad de trato para las personas con capacidades, pensamientos y modos de vida diferentes a la norma. Es entonces cuando las ciudades estarán en condiciones ideales para pensar en maneras locales para alcanzar su propia felicidad.

 

Yo sé que esto es una verdad de Perogrullo: primero lo primero y después lo que le sigue. Pero al parecer en nuestra región hemos obviado estos temas. Hemos querido volver a nuestras ciudades más felices emulando ejemplos de ciudades europeas o norteamericanas que tienen otros contextos. Nos hemos dejado llevar por las tendencias mundiales y nos hemos olvidado de la esencia de nuestras ciudades. Por eso vemos en nuestra región ciudades con avances tecnológicos impresionantes, pero con carencias sumamente graves. Esto ha fomentado la segregación social y económica, y ha ayudado a exacerbar la brecha entre los que tienen y los que no tienen (have and have nots en inglés).

 

En suma, pensar en soluciones que sirvieron en otros países y contextos no ha sido muy eficiente para nosotros. Creo que lo necesario es hacer un análisis profundo de nuestra realidad latinoamericana, nacional y local: reconocer las debilidades y trabajar en ellas y, por otro lado, potenciar las características que hacen de nuestras ciudades lugares con una personalidad única. Fijarnos metas que nos permitan alcanzar escenarios propios, es decir, imaginar una ciudad ideal propia.

 

Ahora bien, no con ello quiero decir que nos debemos olvidar de ciclopistas, o aceras anchas, o ciudades compactas, o espacios públicos adecuados. Lo que quiero decir es que es necesario no perder de vista que la población de nuestras ciudades tienen otras necesidades básicas que en muchas ocasiones no hemos logrado satisfacer. Y que si logramos enfrentar estos retos y mejorar las condiciones de la población, entonces esas ciclovías y esos espacios públicos serán mucho más eficientes y potenciarán la capacidad de las ciudades para volverse en lugares felices.

 

En ICES intentamos ayudar en este esfuerzo. Buscamos entender a las ciudades latinoamericanas, analizando sus aspectos más relevantes de un modo transversal. Reconociendo, por ejemplo, la relación entre el servicio de agua y el sector fiscal, o entre el sector fiscal y el medioambiente, entre el medioambiente y el transporte. Con ello, aportamos al debate y queremos participar en la creación de una visión latinoamericana de ciudades felices. Ojalá podamos lograr cambios positivos mediante el trabajo cercano con lo más valioso que tiene Latinoamérica: su gente.

 

En conclusión, creo que la próxima vez que haga una mini encuesta, deberé preguntar: ¿cómo es una ciudad feliz en América Latina y el Caribe?

 

Fuente: BID