La diversidad genética: una herramienta secreta para luchar contra el cambio climático

La materia prima de los sistemas alimentarios constituyen una pieza clave para ayudar a la agricultura a adaptarse a las variaciones del clima y al aumento de las temperaturas.
Los recursos genéticos tienen un papel fundamental que desempeñar en la alimentación del planeta, en especial al avanzar el cambio climático más rápidamente de lo previsto. Aún queda mucho por hacer para estudiar, conservar y utilizar la diversidad biológica que sustenta la producción alimentaria mundial, según un nuevo estudio publicado hoy por la FAO.

«El tiempo no está de nuestra parte», advierte la publicación ‘Enfrentarse al cambio climático: el papel de los recursos genéticos para la alimentación y la agricultura’. «En las próximas décadas, millones de personas cuyos medios de vida y seguridad alimentaria dependen de la agricultura, la acuicultura, la pesca, la silvicultura y la ganadería pueden enfrentarse a condiciones climáticas sin precedentes”.

Serán necesarios cultivos, ganado, árboles forestales y organismos acuáticos capaces de sobrevivir y producir en un clima cambiante.

La capacidad de las plantas y los animales que usan los agricultores para soportar condiciones volátiles y adaptarse cuando el entorno cambia es el resultado directo de su diversidad genética, pero el estudio sostiene que se requieren mayores esfuerzos para estudiar y utilizar la diversidad como mecanismo de supervivencia, y políticas que la apoyen.

«En un mundo con temperaturas más elevadas y condiciones meteorológicas más variables y severas, las plantas y los animales destinados a la alimentación deberán tener la capacidad biológica para adaptarse más rápidamente que hasta ahora», advirtió la Directora General Adjunta de la FAO, Maria Helena Semedo.

«Prevenir nuevas pérdidas de recursos genéticos agrícolas – añadió– y prestar más atención a estudiar su potencial aumentará la capacidad de la humanidad para adaptarse al cambio climático».

Este enfoque adaptativo requerirá actualizar los objetivos de los programas de mejoramiento agrícola, y en algunos casos la introducción de variedades, razas, especies, que no han sido utilizadas anteriormente.

Y son necesarias “con urgencia” mejoras en los programas de conservación sobre el terreno (in situ) y en otros lugares (ex-situ) de las especies domésticas, sus parientes silvestres y otros recursos genéticos silvestres importantes para la alimentación y la agricultura, junto con políticas que promuevan su uso sostenible.

También resulta de gran importancia desarrollar nuestro conocimiento sobre los recursos genéticos para la alimentación y la agricultura: donde se encuentran, cuáles son sus características (por ejemplo, resistencia a la sequía o enfermedad) y cómo pueden gestionarse mejor, según el estudio.

En particular, es clave mejorar el conocimiento, conservación y uso de los parientes silvestres de los cultivos, que es probable tengan rasgos genéticos que pueden ser utilizados para desarrollar cultivos bien adaptados para su uso en sistemas alimentarios afectados por el cambio climático.

«Tenemos que fortalecer el papel de los recursos genéticos y ayudar a los agricultores, pescadores y silvicultores a hacer frente al cambio climático», señala Linda Collette, editora principal del volumen y Secretaria de la Comisión de Recursos Genéticos para la Alimentación y la Agricultura de la FAO, que comienza hoy su reunión bienal.

Muchas variedades y razas adaptadas localmente de cultivos y ganado– así como árboles, peces, insectos y microorganismos– están mal documentadas y pueden perderse antes de que se reconozcan sus posibles roles en la adaptación al cambio climático.

Deben hacerse esfuerzos para evitar prácticas que destruyan la biodiversidad o socaven la salud de los ecosistemas agrícolas, por ejemplo, el uso de insecticidas de amplio espectro que tengan efectos negativos sobre los insectos polinizadores.

Directrices que marcan el camino

En su reunión ordinaria, la Comisión abordará la adopción de las directrices para la integración de los recursos genéticos en los planes de adaptación al cambio climático, elaboradas por la FAO, teniendo en cuenta la orientación actual de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). El borrador de las directrices aboga por un uso mayor y explícito de los recursos genéticos como parte de las medidas generales de adaptación necesarias para garantizar la seguridad alimentaria, en un reconocimiento al papel fundamental que debe jugar la diversidad genética.

Las directrices contienen una serie de recomendaciones destinadas a ayudar a los países a implementar políticas y estrategias para estudiar, conservar y utilizar los recursos genéticos para adaptarse al cambio climático.

Su objetivo es apoyar el uso de los recursos genéticos por los gobiernos– desde variedades de semillas de los principales cultivos básicos a los millones de microbios que viven en el suelo, un área donde la experiencia es relativamente escasa– en sus planes nacionales para hacer frente al cambio climático.

Ayudar a que sobreviva la evolución

La FAO destaca que impulsar la conservación de la diversidad genética en las granjas y los campos es tan importante como el mantenimiento de los bancos de genes.

Muchas formas de vida utilizadas en la agricultura no tienen un equivalente en semillas y sólo pueden mantenerse a través de la intervención humana. Un ejemplo es la banana, un alimento básico para millones de personas.

Además, la conservación in situ– incluyendo los parientes silvestres de los cultivos– es una forma de «permitir que continúe la evolución» y lograr así que sigan generándose los rasgos adaptativos.

La conservación in situ puede asumir muchas formas, pero la estrecha participación de los agricultores es particularmente eficaz, especialmente porque cada vez está más claro que las consecuencias del cambio climático deben tenerse en cuenta a nivel local, además de a nivel global o regional.

Etiopía, donde existen muchos microclimas, tiene un programa avanzado y descentralizado basado en bancos de semillas comunitarias y germoplasma a través de los cuales los agricultores e investigadores cooperan para ensayar, adoptar y conservar variedades locales de los cultivos más importantes– cebada, garbanzo, sorgo y habas– que estuvieron a punto de perderse durante la sequía de la década de1980.

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