Bicicletas eléctricas en América Latina: ¿alternativa de transporte sostenible?
En imagen y diseño básico, la bicicleta eléctrica, o ‘e-bike’, no es muy diferente a la bicicleta tradicional de dos pedales y de propulsión humana. Las e-bikes incorporan tan solo un nuevo componente al mecanismo original: un motor eléctrico recargable que aumenta la propulsión de cada pedaleada, ya sea para montar empinadas cuestas o como ayuda durante largos recorridos.
Jamás cambiaré mi vieja bici de ruta (como bien dijo Ivan Illich, “la bicicleta crea solo aquellas demandas que ella misma puede satisfacer, [mientras que] con cada incremento en la velocidad motorizada, se crean nuevas presiones sobre el tiempo y el espacio”), pero hay que admitir que las e-bikes tienen sus méritos. La emisión de gases con efecto invernadero proveniente de las eléctricas, las cuales se puede recargar conectándose a un simple enchufe de pared, es considerablemente menor a la de otros vehículos motorizados, como el automóvil y la motocicleta.
Recientes estudios realizados en China, donde hay más de un millón de usuarios de e-bikes, señalan que incluso si se contabilizan las emisiones provenientes de la manufactura de los vehículos y de la generación de electricidad necesaria para la recarga, las e-bikes registran tan solo una décima parte de las emisiones de CO2 creadas por los autos eléctricos.
A medida que las e-bikes reemplazan a motos y autos, se percibe una reducción neta de las emisiones en el sector transporte. Esta dinámica es especialmente atractiva para países con altas tasas de crecimiento del parque automotor y que buscan dar el salto hacia sistemas de transporte de bajo carbono. Para percibir beneficios, se debe cumplir un importante supuesto: antes de realizar la transición, nuevos usuarios de e-bikes tienen que haber realizado sus viajes en bus, auto o moto (este suele ser el caso en China). Si, por otro lado, las e-bikes compiten directamente con la bicicleta tradicional, el beneficio ambiental sería menos evidente.
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