Nada más “verde” e idílico que los campos cultivados. Hoy en día, alrededor de dos quintas partes de la superficie terrestre están dedicadas a la agricultura, como resultado de la explosión poblacional y de la expansión económica planetaria.
Sin embargo, las alarmas de los ambientalistas se han activado. Con tanto terreno para sembrar, regar, arar y procesar, se calcula que el sector agrícola es responsable del 70% del consumo global del agua, una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero, casi un tercio del consumo de energía y un 80% de la deforestación.
La paradoja de la humanidad está allí: a más bocas que alimentar, más terreno que cultivar, y por tanto más probabilidades de que la tierra y los recursos naturales se agoten. Estamos alimentándonos a cuenta de las futuras generaciones.
En América Latina, la agricultura es el medio de subsistencia de millones de personas, y con Asia, será la región responsable de más del 75% de la producción agrícola adicional durante la próxima década, según un informe de la FAO y la OCDE.
Históricamente, la agricultura intensiva se ha considerado como la clave para la seguridad alimentaria, ¿Pero a qué costo? El sobreuso de los fertilizantes y los recursos de agua están creando grandes problemas ambientales a nivel global.
La perspectiva para el planeta es desalentadora si tomamos en cuenta las previsiones de que la población mundial superará los 9 mil millones en 2050, lo que requerirá aumentar la producción en un 50% para garantizar la seguridad alimentaria de todos. «Alcanzar esta meta (de aumentar la producción) requerirá la expansión de la superficie cultivada, especialmente en el mundo en desarrollo, con implicaciones para la sostenibilidad de la tierra, del agua dulce, la biodiversidad y el clima del planeta», explicó Mohamed Bakarr, especialista ambiental sénior del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM).
La clave para lograr la seguridad alimentaria mundial, según Bakarr, es incrementar el rendimiento de las tierras agrícolas actuales, pero de una manera que asegure que los recursos naturales son sostenibles y resistentes a un mundo en constante cambio.
Seguridad alimentaria frente al medioambiente
Un clima más cálido tendrá efectos directos sobre la industria agrícola. Es por ello que la producción de alimentos no solo necesita ser sostenible sino también “inteligente”, para reducir tanto las emisiones de gases como aumentar la resiliencia de los cambiantes patrones climáticos.
Y al mismo tiempo, de parte de los consumidores, es necesario evitar el desperdicio de alimentos, unas 1.300 millones de toneladas cada año, que causa $750 mil millones de daños al medio ambiente, según cálculos de varias organizaciones.
Hambre y pobreza
Pero a pesar de la preocupación por el planeta, hay una verdad que no se puede ocultar: más de 800 millones de personas alrededor del mundo, unos 49 millones de ellos en América Latina, no tienen acceso seguro a los alimentos diarios necesarios para sobrevivir, según la FAO.
En Latinoamérica, como en todo el mundo, el hambre está vinculada íntimamente con la pobreza. Por lo tanto, no se acabará con el hambre únicamente con mayor producción, también hay que hacer frente a las desigualdades que existen en la región.
Un 30% de la población latinoamericana depende en la agricultura para su sustento. Fuertes sequías en los primeros 4 meses de este año ya han impactado gravemente las cosechas en Centroamérica, y a nivel regional casi dos millones se han visto afectados por la inseguridad alimentaria durante el mismo período.
Malas cosechas provocan además aumentos en el precio de los alimentos, que consecuentemente generan más pobreza. Es un triste panorama para una región que alberga un tercio de las tierras cultivables del mundo, sin embargo lo expertos están de acuerdo en que con gestión adecuada el sector agrícola latinoamericano todavía tiene un gran potencial para alimentar a las próximas generaciones.
Fuente: Banco Mundial